Asalto al contenedor

“Y cuando fueron saciados, dijo a sus discípulos: Recoged los pedazos que han quedado, para que no se pierda nada. Recogieron, pues, y llenaron doce cestas de pedazos, que de los cinco panes de cebada sobraron a los que habían comido.”

Juan 6: 12, 13

Cada año, 4.300 millones de toneladas de alimentos se producen para consumo humano, aunque 1.300 millones acabarán en la basura (un 30% de la producción total) por diversos motivos.

Este enorme malgasto supone un problema mayor a nivel internacional, acentuando fallos sistemáticos en el modelo actual de producción de alimentos, que sigue un sistema lineal. Si extrapolamos el malgasto a otros indicadores, ello implica que casi un tercio de los recursos (tierra, agua, energía, etcétera), trabajo humano y emisiones de dióxido de carbono (CO2) que se emplean en la producción de alimentos son malgastados. Este malgasto supone un 8% de las emisiones de CO2 antropogénico. Si la comida malgastada fuera un país, sería el tercero en emisiones de CO2, solo superado por Estados Unidos y China. Adicionalmente, cada día comemos más cantidad: la ingesta de alimentos per cápita ha aumentado en un 10,4% entre 1984 y 2015. El malgasto de comida es un capricho absurdo que no podemos seguir cometiendo.

Por estos y otros motivos, que se pueden consultar en mayor detalle en esta estupenda charla del británico Tristram Stuart, un estudioso del tema, me interesé en lo que se conoce como “freeganism” ó “dumspter diving”, que se traduce en gratisismo o “buceo en basureros”. Este interés fue catalizado por mi compromiso medioambiental, así como las carencias sistemáticas que encuentro en el modelo de consumo actual.

Así, a partir de septiembre de 2019, cuando empecé a vivir en Copenhague, decidí probar eso de comer lo que tiran los supermercados (algo que, ya fuera por la rutina o por la presión social, nunca me había planteado en mi ciudad y país de origen). La experiencia está siendo positiva hasta ahora: llevo alimentándome en un 85% (sigo comprando algunos productos puntuales como café, huevos o leche) de la comida que encuentro en contenedores de supermercados de la ciudad. Adicionalmente, también hay una entidad, Foodsharing Copenhagen, que dos veces a la semana distribuye comida que ha sido descartada por los supermercados. A ellos también he acudido en un par de ocasiones. En ningún momento he tenido problemas de salud, ni he comido algo que estuviera en un estado dudoso, ni problemas de digestión; nada de eso. Toda la comida que he encontrado estos meses ha sido perfectamente comestible. Ahora, me empecé a preguntar ¿Cómo hemos llegado a malgastar tanta comida? Es una cuestión compleja, que responde a una igualmente compleja cadena de suministro y a la ley de la oferta y la demanda. La cadena de suministro habitual de alimentos sigue el esquema:

En todas estas fases se desperdician alimentos (y por distintos motivos en cada una de ellas). Esta acción se centra en la fase de almacenaje y venta, que representa un 23% del desperdicio total de comida. En la fase previa al consumo, se estima que se desperdicia un 40% del total, y el 37% restante en los hogares, aunque las cifras varían según las fuentes.

Desde el lado de los supermercados, hay mucho margen de mejora (y mucho trabajo para el departamento de Responsabilidad Social Corporativa). Hemos de tener claro que son empresas, cuyo fin prioritario es maximizar su beneficio a cualquier precio (incluso si ello incluye descartar comida diariamente, apta para el consumo humano). Pueden invertir en iniciativas verdes para “cuidar el planeta”, como la reducción de bolsas de plástico, zonas con comida a granel e incluso innovadoras fundaciones o escuelas para empresas; pero poca información darán al respecto de la comida que tiran (el impacto ambiental de ello, probablemente, sea mayor a la combinación del resto de iniciativas verdes). En varias ocasiones, se ha acusado a algunas cadenas de esparcir lejía u otros químicos contaminantes antes de tirar la comida, para prevenir que personas (habitualmente sin techo) se alimenten de estas sobras.

Francia se convirtió, en 2016, en el primer país que prohibió a los supermercados tirar comida introduciéndola en contendores, o destruirla (como en el caso de la lejía), haciendo obligatoria su donación a entidades benéficas y bancos de alimentos. Recientemente, Frans Timmermans, vicepresidente primero de la CE, aseguró que “Malgastar comida es inaceptable, en un mundo en el que millones sufren de hambruna y donde nuestros recursos naturales están empezando a escasear […]”. En este sentido, se precisa de una legislación específica – tanto a niveles nacionales como comunitarios – para paliar esta lacra. Existe también una sobreproducción desde la etapa primaria, que debería regularse para poner en práctica actividades sostenibles o circulares, como, por ejemplo, usar los excedentes de la agricultura como alimento para ganado.

Ahora bien, como consumidores, también tenemos parte de culpa. Se necesita mayor formación e información, por ejemplo, sobre la fecha de consumo del producto (no es lo mismo fecha de caducidad que consumir preferentemente), hemos de comprar con cabeza, emplear el congelador cuando vemos que no nos vamos a comer algo, etcétera. Los consumidores también tenemos capacidad para cambiar el sistema: haciendo ver a los supermercados, que la situación es absurda, y proponiendo alternativas. Esto pasa, por preguntar a las personas encargadas de las tiendas, que hacen con los excedentes, y si se podrían reintroducir en la cadena de otra manera. Hemos de hacer ver que preferimos que se done la comida al final de día (u ofertarla más barata), antes que se tire a la basura, por el coste humano (no olvidemos la hambruna que muchos padecen) y de recursos que se desprecian.

Volviendo a la vivencia personal, hacer esto me ha dado una experiencia, de primera mano, de este grave problema. Mantengo una dieta equilibrada, y también he notado un ahorro económico notable. Aproximadamente, he dejado de gastarme 910 € (6.800 DKK), entre los meses de septiembre y enero. A continuación, muestro unas fotografías y tablas con algunas de mis colectas:

Se trata de un tema estigmatizado y controvertido, asociado con prácticas relacionadas a entornos marginales y/o pobreza, al menos en la mayoría de los países. Si es cierto que la mayoría de los que buscan en estos contenedores son personas a las que les cuesta llegar a fin de mes, o directamente personas sin hogar. En Dinamarca, sin embargo, está algo más aceptado al ser una sociedad con menos tabúes, en ocasiones he salido de ‘colecta’ con colegas internacionales (estudiantes de un máster sobre sostenibilidad), siendo además una actividad entretenida. Puntualmente me he encontrado con gente joven (25-35 años) y hasta un padre con sus hijos esperando fuera del recinto.

Adicionalmente, cuando la noche de colecta se acerca, siento una especie de “instinto del cazador recolector” (de un país desarrollado del en el Siglo XXI, todo sea dicho), que me genera cierta emoción. ¿Qué encontraré hoy? ¿Quizás masa de pizza que puedo congelar para el fin de semana? ¿Habrá naranjas esta vez? ¿Estará la puerta de acceso abierta, o tendré que saltar la valla como hacía al principio? Todo el proceso genera lo que llamo las normas del asaltacontenedores, un código al que muchos nos adherimos. Dejar todo como si no hubiéramos pasado por allí (se previene que el supermercado se percate y nos cierren el chiringuito) y no llevarnos más de lo que necesitamos son sus fundamentos más básicos.

A nivel individual, una persona no soluciona nada en términos absolutos con sus actos, pero compartirlo es ya de por sí darle un foco y contar una realidad que muchos desconocen. Los supermercados sin duda han de poner mucho de su parte, así como los consumidores y los legisladores. No podemos seguir mirando hacia otro lado. Me entretiene – y entristece a la vez – pensar que, si por alguna de aquellas, una especie alienígena observara esta situación desde el espacio, se llevarían las manos (o los tentáculos) a la cabeza, exclamando algo como: “¡Pero que idiotas son estos humanos!”

Fuentes:

Ellen MacArthur Foundation, 2019. Cities and Circular Economy for Food. [Online]. Disponible en: https:// www.ellenmacarthurfoundation.org/publications/cities-and-circular-economy-for-food

FAO, 2013. Food Wastage Footprint Impacts on natural Resources, Rome: Food and Agriculture Organization of the United States.

FAO, 2015. Food wastage footprint and Climate Change. [Online]. Disponible en: http://www.fao.org/3/a-bb144e.pdf

FAO, 2017. Key Facts of Food Loss and Waste You Should Know. [Online] Disponible en: http://www.fao.org/save-food/resources/keyfindings/en/

FAO, 2019. The State of Food and Agriculture. [Online]. Disponible en: http://www.fao.org/state-of-food-agriculture/en/

Lipińska, Milena, Marzena Tomaszewska, and Danuta Kołozyn-Krajewska. 2019. “Identifying Factors Associated with Food Losses during Transportation: Potentials for Social Purposes.” Sustainability (Suiza)

Stuart, Tristram, 2009. Waste: Uncovering the Global Food Scandal. Londres: W.W. Norton & Company.

UN, 2018. The World’s Cities in 2018. [Online]. Disponible en: https://www.un.org/en/events/citiesday/assets/pdf/the_worlds_cities_in_2018_data_booklet.pdf

Publicado por bueborvi

Ingeniero Industrial especializado en Energías y Sostenibilidad vivendo en Dinamarca. Me interesan las diferencias culturales, las tradiciones escandinavas y los viajes, y me motiva como vamos a afrontar el cambio climático, el sobreconsumo de recursos y la pérdida de biodiversidad.

Un comentario en “Asalto al contenedor

  1. Hace casi un año fui a visitar a unos amigos a Lund que nos prepararon todo un bufé para cenar, pero con la etiqueta de «comida de la basura». Se trataba de comida que tiraban en un supermercado Lidl y cada dos días iban a recogerla, tanto ellos como varios vecinos más.

    Resulta que cada vez está más extendido hacerlo, precisamente para no desechar comida que todavía le queda una semana para caducar. Estos amigos llevan casi dos años comiendo así y el dinero que se ahorran lo donan a dos ONG.

    Yo suelo aprovechar y comprar comida con un 30% de descuento porque en unos días caduca y de verdad que se nota a fin de mes.

    En España, alguna vez comenté esto y siempre me han dicho algo así como «que asco» pero cuando viví en Madrid, más de una vez veía como el supermercado del barrio tiraban al contenedor muchísima comida a punto de caducar y me daba una lástima por no poderla aprovechar.

    Un saludo

    Pablo – Svea y Pablo [ https://sveaypablo.es/ ]

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