Después de entregar el Proyecto Final de Carrera, ya hace algunos años, decidí irme de año sabático (un acto de fe), para trabajar de lo que surgiera, viajar, conocer otras culturas y aclarar mi mente: básicamente decidir que quería hacer con el resto de mi vida, y dejar de lado la búsqueda de empleo profesional por una temporada. Este hecho es algo inusual (aunque poco a poco va teniendo mayor aceptación) en la sociedad española, mientras es común en países del Norte de Europa, donde algunos jóvenes suelen tomarse un año sabático antes de entrar en la Universidad. El hecho en sí causó más de una discusión con mi padre.
Tras el viaje de mi tío 10 años antes y después de ver algunos documentales asombrosos, decidí postular al visado “Work & Holiday” en Australia, que me fue concedido. Con el enfoque que te da el paso del tiempo, esa decisión fue una de las mejores de mi vida, pese a que no fue un camino de rosas ni mucho menos. Durante mis primeras semanas allí, me di cuenta de que tener un gran nivel de inglés y una buena titulación universitaria no tiene por qué abrirte las puertas del mercado laboral en otro país (pese a que encontrar un trabajo cualificado no era una prioridad, no iba a dejar de intentarlo).
Durante ese año (2016), trabajé de lo que fue surgiendo: comercial, profesor particular, albañil, empleado de cocina y camarero (sin tener experiencia en ninguno de estos últimos tres oficios). Con todo ello, conseguí asentar varios trabajos estables en los dos últimos, lo que me dio los ingresos suficientes para costear mi estancia en Melbourne (una ciudad carísima), así como poder viajar durante un mes por el país y visitar alguno de los países cercanos. Viéndolo con perspectiva, ese fue mi éxito: sobrevivir en un entorno desconocido.
Adicionalmente, trabajar en Hostelería te curte: aprendes a solucionar situaciones complicadas de manera rápida y negociar con todo tipo de personas a un nivel donde las emociones están a flor de piel, y hay una tensión constante dada la inmediatez del servicio, entre otras cuestiones. Ello es algo que me acompañará el resto de mis días, y son unas habilidades que te preparan para el 95% de los trabajos: a uno u otro nivel vas a tener que negociar con personas. Aprendí otros detalles curiosos, por ejemplo, como algunos jefes de cocina o cocineros tiene un ego enorme (hecho que es inútil en la mayoría de los casos). En ocasiones me encontré con clientes maleducados, groseros y poco viajados: de esos que piensan que tienen el mundo a sus pies y buscan cualquier excusa para quejarse y crear conflicto. En mi opinión, estos comportamientos ponen en evidencia a personas que carecen de una visión realista de la vida. Recuerdo un episodio con Rory, cliente asiduo y empresario vinícola de la región de Victoria, que me retó de forma bastante cortante tras pedirle educadamente que me repitiera la orden, ya que no la entendí en primera instancia (todo ello en inglés claro). Las personas con estos comportamientos no valorarán que no estás empleando tu lengua nativa, ni que hablas de manera fluida varios idiomas, y de nuevo, esta actitud denota una gran ignorancia. De todas maneras, son situaciones útiles: aprendes sí o sí a tener mano izquierda con esta gente, ya que obviamente, es muy probable que nos crucemos con personas similares a lo largo de nuestras vidas, pudiendo incluso tener que colaborar con algunas.
Al mismo tiempo aprendí que hay gente buena, currante y carismática sin ningún tipo de formación académica, convirtiéndose algunos en amigos para siempre; como contrapunto a gente maleducada y desagradable en posesión de títulos universitarios, trabajos de oficina y un buen sueldo. Y, siendo justos, conocí una mezcla de ambos, que suele ser la mayoría de este gran gueto al que llamamos mundo. En este ambiente, a veces hostil, otras paradisiaco, pude sobrevivir por mi cuenta, una hazaña que otros no consiguieron. Adicionalmente, pude dirigir un pequeño grupo de trabajadores, y otra infinidad de procedimientos intrínsecos al funcionamiento de una PYME. Como colofón, y gracias al mejor cocinero que he conocido nunca, mejoré mis habilidades en la cocina hasta un nivel casi profesional, algo que siempre viene bien tanto en casa, como en eventos familiares o hasta en citas.
Pierdes el miedo a muchas cosas. A una entrevista de trabajo o un proceso de selección, por ejemplo. Aprendes a adaptarte rápidamente a una nueva moneda, una nueva ciudad, un nuevo formato de Currículum, un nuevo sistema sanitario y una nueva sociedad, entre otros. Básicamente, lo que se conoce en el mundo de los Recursos Humanos como Soft Skills. Aprendes también que tras situaciones a priori extrañas o incómodas puedes encontrar sorpresas agradables. Desde una buena amiga hasta una historia que deje a la gente boquiabierta cuando se la cuentes. Por supuesto, aprendes a valorar la belleza de la naturaleza, aunque para eso no es necesario marcharse a un lugar tan lejano.
Resumiendo, ese año sabático me dio una madurez que no tenía tras acabar la Universidad. Ayudó a que tuviera una visión y conciencia globales que siempre llevaré conmigo, así como unos claros objetivos de vida (lo que los japoneses llaman ikigai), que no tenía al acabar la carrera, donde fui testigo de como algunos de mis compañeros corrían de entrevista en entrevista como pollos sin cabeza. Aprendí de primera mano, que una genuinamente buena actitud y ganas de trabajar, te abren muchas puertas y posibilidades. Quisiera resumir aquella experiencia citando a mi madre quien, mientras conversábamos tras mi llegada, dijo: “Has hecho un Máster en supervivencia hijo, eso es algo que no aprendes en la Universidad.”