Estaba sentado solo, tomándome una cerveza en una terraza en el centro de Málaga a finales de verano, cuando me detuve en la conversación que estaban teniendo tres chicos en la mesa de al lado. Por el tono, ritmo, y lenguaje corporal de la misma estaba claro que había un líder y dos gregarios. Como en muchas de las conversaciones que pueden darse entre tres chicos, estaban hablando sobre sus interacciones con el sexo opuesto. El líder estaba relatando como había tenido dos citas la semana pasada, y tenía otra a principios de la semana siguiente, todas, con tres chicas diferentes a través de una app de citas. Uno de sus amigos le preguntaba: ¿pero entonces, vas a repetir con la que te ha dicho que estaba empezando a ver a otro? El alfa contestó: pues no lo sé todavía, que esa es la del martes y aún tengo que ver si me gusta.
Y me puse a pensar en cómo estas aplicaciones han cambiado las formas de ligar y relacionarnos amorosamente por completo, de una forma que creo puede llegar a ser muy insana a nivel global. En mi caso, llevo más de 10 años estudiando las relaciones humanas y, en periodos de soltería, naturalmente que he intentado ligar (con más o menos éxito) y relacionarme con el sexo opuesto, como cualquier hijo de vecino.

Recuerdo incluso una temporada en la que le dediqué bastante esfuerzo al asunto, comprándome el interesante libro de Leil Lowndes: “How to make anyone fall in love with you”, válido no solo para conocer técnicas para el romance, sino como manual de herramientas para hablar mejor en público, y otros recursos para una mejor comunicación afectiva. Todavía lo guardo en mi estantería y en ocasiones reviso alguna sección.
Ahora, hace unos meses leí que Tinder cumplió 10 años en 2022, y por mi interés en estas cuestiones, así como en las nuevas tecnologías, me sumergí en el tema. Es cierto: las aplicaciones de citas han cambiado radicalmente tanto el proceso de ligar como las relaciones amorosas, de una forma super disruptiva y en muy poco tiempo. Cuando se estudie sociología dentro de 100 años, estoy convencido que habrá un claro antes y un después de Tinder en cuanto a relaciones se refiere.
Ojo, conozco parejas sanas, (algunas incluso, felizmente casadas) gracias a varias aplicaciones de citas, y yo mismo las gasté activamente en algún momento, aunque hace más de un lustro de aquello. Acabé desinstalándolas porque por mi manera de ser prefiero ligar en persona: me genera muchas más emociones y me supone un mayor reto, que hacerlo a través de una pantalla. Esto último me parece más monótono, menos orgánico.
Con esto quiero expresar que no las considero terribles porque sí, pero de lo que estoy convencido es que su uso abusivo y generalizado puede traernos consecuencias gravísimas a nivel sociológico. Entiendo que pueden ser útiles para personas en una situación que les dificulta conocer gente nueva, o personas que no tienen tiempo para ello, etcétera. Lo realmente preocupante es, a mi parecer, que se generalice su uso entre personas jóvenes (por ejemplo, menores de 35) como forma casi exclusiva para ligar. Y que se normalice la conversación de los chicos de Málaga (que también la he escuchado entre chicas de Copenhague) hará, con una alta probabilidad, que entremos en una crisis de valores afectivos y relacionales.
A partir de aquí, detallo tres puntos peligrosos e interrelacionados, que el uso generalizado de las aplicaciones de citas puede traernos:
Mercantilización de las citas. Tinder fomenta la cantidad, y no la calidad. Antes, estábamos acostumbrados a hablar con una o dos personas, en el bar, el gimnasio, la panadería o lo que sea. Ahora, podemos chatear con decenas al mismo tiempo. Hemos aplicado economías de escala al romance: a menor esfuerzo, podemos obtener mayor beneficio. Con deslizar nuestro dedo a la derecha, chateamos con esas que nos han juzgado como atractivas gracias a tres o cuatro fotos y una descripción de 20 palabras. En el/los chats (depende de lo atractivo/a que la aplicación nos considere, pueden ser muchos), dependiendo de lo ingeniosos que puedan llegar a escribir, por norma general, los chicos, se terminará o bien con una cita (que, en muchos casos, al perder la espontaneidad, pueden parecer interrogatorios estructurados) o con el popular ghosting, una forma para nada empática de cortar lazos con una persona. Una persona me contó, como se organizaba las primeras citas de Tinder (con personas distintas): siempre, en el mismo bar cerca de su casa, casi en la misma mesa, y con la misma serie de preguntas. La cita como cadena de montaje.
Resulta peligroso, en el aspecto que puede banalizar las interacciones humanas. Puede crear conexiones superficiales, y sí, una gran parte de ellas, carecen del autoconocimiento propio y del de la otra persona, que al fin y al cabo es la base de una relación sana. Ese conocimiento, por mucho que nos pese en la era de la inmediatez, lleva tiempo y esfuerzo. El tener a nuestro alcance un alto número de citas nos puede malacostumbrar a desistir ante cualquier signo de dificultad. Probablemente tenga que ver, también, con la creciente pérdida de capacidad de atención de las personas, al tener a nuestro alcance miles de opciones para distraernos. Por mi experiencia (no solo personal, sino de mi entorno) muchas de las relaciones que considero exitosas pasaron por algún momento de duda: por ejemplo, empezar una relación o pasar una larga temporada a distancia, estar en una relación con problemas y conocer a alguien de quien te acabas enamorando, empezar una relación amorosa con alguien de tu trabajo, que una de las personas enamoradas esté sin trabajo, y así otras. Ahora, al mínimo signo de dificultad, tenemos el poder de dejarlo y tener otra cita al día siguiente.
El punto en el que nos embarcamos en una relación suele llegar cuando nos hemos visto varias veces, nos gusta, y hemos compartido experiencias personales. Con el compromiso llega también la aceptación de ciertas vulnerabilidades y la expresión de los sentimientos. Y resulta que cuando las cosas se ponen serias, es tan fácil dejarlo, abrir otro chat y comenzar a enviar mensajitos al resto de nuestro banquillo de suplentes, lo que, para muchas personas es parece un verdadero chollo. Hay hasta una explicación química: un match hace que nuestro cerebro libere un pico de dopamina, aunque éste placer durará poco.
Lo comparo al síndrome de la eterna búsqueda en Netflix (cuando nos tiramos más de 20 minutos buscando la película perfecta) porque igual que buscamos una película con comedia, pero escenas de acción, y por supuesto algo de romance y quizás un giro trágico; queremos también una chica rubia, pero no mucho; alta, pero que tampoco nos saque una cabeza; que lleve gafas, pero que le queden bien claro; que tenga sentido del humor, pero también un punto temperamental; con un plan de vida claro, pero con ese punto de locura puntual que tanto nos atrae…pues eso, la eterna búsqueda de algo que no existe (aplicable también a cualquier chico). Así, podemos pasamos cita tras cita descartando productos, de manera, por lo general fría (ojo, en ocasiones tras pasar varios meses conociendo a la persona y estableciendo un vínculo íntimo) y probablemente sin tener en cuenta la responsabilidad afectiva: borrón y cuenta nueva, porque mi satisfacción instantánea y personal están garantizadas. Bienvenidos a la mercantilización de las relaciones: si no le gusta el acabado de su producto, se lo cambiamos por otro totalmente nuevo.

Puede dinamitar la correcta gestión de las emociones. Relacionada con el punto anterior. Si antes mencionaba la facilidad de comenzar una interacción a través de la app, ahora comenzamos con la facilidad de cerrar otra interacción a través de la misma. Un simple “unmatch”, y la desaparición o bloqueo de la otra persona de nuestras redes sociales (el ya mencionado ghosting), y esa persona con la que no teníamos a nadie en común desaparecerá totalmente de nuestras vidas. Así de sencillo.
Se ha de puntualizar, que cualquiera debe tener el derecho a abandonar una relación en el momento que ya no le aporte lo que andaba buscando, pero hacerlo unilateralmente y sin dar explicación alguna, puede dejar muy tocada a la contraparte. Aquí entran las emociones, y no son baladí.
Nunca es plato de buen gusto romper con alguien, o que rompan contigo. Sin embargo, hacerlo de manera en la que expliquemos nuestro punto de vista, escuchemos a la otra persona, y se decida abandonar la relación es algo que, a nivel de carácter y gestión de emociones, nos nutrirá, incluso aunque en el momento de la ruptura pensemos que el universo ha sido cruel e injusto con nosotros. Claro que no es agradable, y en las relaciones “convencionales” (aquellas surgidas previas a las apps), es habitual tener amistades o entornos en común, lo que nos ponía la dificultad añadida de gestionar la situación de coexistir con la otra persona en algunos círculos. Aunque duela al principio, estas situaciones pueden aportar madurez y otras cualidades que nos vendrán bien en otros aspectos de nuestras vidas. Sin embargo, desaparecer por completo, aparte de dejar a la otra persona con un “¿por qué?” que puede llegar a ser muy confuso y doloroso, puede además corromper los propios sentimientos de la persona que ghostea.
Profundizando, el abuso de estas apps, en general, favorece actitudes individualistas (la idea falsa que una persona tiene valor en función de su número de matches, o la simple pero no menos preocupante selfilización de nuestras vidas), que llevan al narcisismo. Esto puede causar, si esas personas tienen varias citas con personas distintas, en un mismo intervalo de tiempo, en problemas mayores. La situación puede desembocar en el empleo, de forma continuada y ventajista, de otras personas para un uso afectivo o sexual en el corto plazo y la desaparición tras ese uso. Si nos acostumbramos a hacerlo, es lógico pensar que eventualmente no sentiremos ninguna responsabilidad, compromiso o culpa por los sentimientos que podamos generar a la otra persona. Y eso es, en parte, son rasgos de psicopatía. En absoluto estoy diciendo con ello, que todo el mundo con “éxito” en Tinder sea psicópata, pero sí que es un caldo de cultivo apropiado para que adopten algunas de sus características.

Existen también, situaciones y emociones que nos generan miedo, alegría o nerviosismo. Como, por ejemplo, cuando no sabemos que decirle a esa persona que nos gusta cuando la tenemos delante. Queremos hablar con ella y pedirle una cita, pero no sabemos cómo. Personalmente, es algo que hace años me costaba mucho y con el tiempo aprendí a dominar, ganando en espontaneidad y control de mis nervios, aptitudes útiles también en otros aspectos.
Por tanto, si nos acostumbramos a ligar exclusivamente a través de apps de citas, corremos el riesgo de perder algunas de las emociones y situaciones que nos hacen personas más empáticas y gozar de cierta autoconciencia, control de nuestros nervios, y otras cuestiones relaciones. Y esto nos lleva al siguiente tema.

Puede atrofiar la empatía, la comunicación personal y la espontaneidad. De nuevo, relacionado con las anteriores y también con el uso generalizado de aplicaciones de mensajería, más allá de las apps de citas.
Cada vez conozco más personas con personalidades, hábitos y costumbres distintas que tienen algo en común: se expresan mucho más libremente a través de una pantalla, que en persona o por teléfono, es más, en estos casos se muestran claramente incómodas y pueden llegar a bloquearse. Como predijo E.M. Forster en su corta historia “The Machine Stops” (1909), un efecto negativo que tiene el uso mayoritario de la tecnología para la comunicación es la alienación de una parte de la sociedad.
He conocido casos también, de dos personas que se conocían y hasta que no hicieron match en Tinder no se habían considerado el uno al otro como potencialmente compatibles para salir juntas. En cierto modo, puede preocupar: nuestra boca y cerebro deberían tener más poder de comunicación que una app. Aquí es inevitable enlazar con el punto anterior, relacionando la falta de comunicación quizás con el miedo al rechazo y la muestra de vulnerabilidades. Este miedo es reconocido, pero, con práctica, puede conquistarse, y la sensación de paz y sosiego interior una vez lo consigues es sencillamente brutal.
Conozco a personas (nativas a estas apps) que nunca han vivido el proceso natural de la interacción personal para el romance y conocieron a todas sus parejas vía móvil. El efecto que puede tener esto a la larga, es que nuestra capacidad para la espontaneidad puede verse muy perjudicada, así como la comunicación personal.
La solución para esto, es bien difícil. De nuevo, una mayor formación, en edad temprana, sobre comunicación personal y afectiva nos vendría muy bien, de manera que nos permita acercarnos, en términos sociológicos, al ritmo de irrupción que han tenido las nuevas aplicaciones de mensajería en nuestras vidas. Tal como la veo ahora mismo, el problema reside en la comodidad… ¿Por qué hablar si puedo chatear?

Y hasta aquí, los principales peligros que le veo a la rápida aceptación de las citas digitales y su uso abusivo. Como en la rapidísima irrupción digital tras la creación de internet, los seres humanos no hemos tenido el tiempo de prepararnos suficientemente para adoptar patrones de uso responsable de las mismas (y esto se extiende a otras plataformas, mayoritariamente las redes sociales de distintos tipos). No es cuestión de defenestrar su uso ni mucho menos, estas apps han venido al mundo para quedarse, pero sí deberíamos abogar por un uso consciente de las mismas, y por supuesto por una mayor formación sobre las relaciones personales y afectivas, que sin duda hacen más falta hoy que nunca.
Cabe recordar también, que Tinder está diseñada para engancharnos, que pasemos tiempo usándola, y no para que la usemos una vez y la desinstalemos. Lo que el fabricante pretende es que la usemos como un juego, al que dedicar tiempo cuando estamos aburridos. Su idea innovadora reside en el hecho de considerar “interesante” a una persona a través de 4 fotos y una breve descripción. Como punto añadido, falta información a nivel general sobre el funcionamiento de su algoritmo, y otras características como sus planes de pago: siendo chico, ¿si pago más tendré acceso a más citas?, Tinder plus, premium, platino… ¿Significa esto que aceptamos valorar a los usuarios como parejas potenciales de primera, segunda o tercera categoría? Son consideraciones que deberíamos al menos, cuestionarnos, y tomar con extrema precaución.
Si has llegado hasta aquí, ¡gracias! Espero que el artículo te haya resultado interesante y eres bienvenida/o a dejar un comentario. Como nota, el artículo está escrito desde el punto de vista de la búsqueda de pareja monógama, y he empleado el nombre de una aplicación en particular por ser la más sencilla y la más conocida, pero obviamente existen muchas otras con distintas funcionalidades.
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Great article! Totally agree!!
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Thanks for reading!
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