
Estamos en Navidades, época de reuniones con amigos o familia y comidas copiosas: básicamente un tiempo de disfrute de la compañía y también, el periodo del año en el que la gente más gasta en comida y regalos.
Considero que la esencia de las Navidades, es celebrar la reunión familiar (todo ello, basado en el nacimiento de Jesús de Nazaret hace más de 2000 años, época en la que poco se sabía sobre el consumismo, como lo conocemos hoy en día). Esta celebración toma mayor peso cuando uno o varios de los miembros familiares vive en el extranjero, pero, como el turrón, vuelve a casa por Navidad. Es por este y otros motivos, y especialmente con el fin de llevar una vida más sostenible y con menos complicaciones, que desde hace años he decidido no participar en la moda del amigo invisible.
Tomé esta decisión (bajo la crítica de algunas amistades, que me llegaron a tachar de rancio), al darme cuenta de que, viviendo en un país del llamado primer mundo, la mayoría tenemos absolutamente de todo, mucho más de lo que necesitamos para vivir cómodamente, y lo único que hacemos (salvo, con regalos consumibles como bebidas, comidas o experiencias) es ocupar un espacio que no usamos. Muchos regalos acaban cogiendo polvo en estanterías unos años, luego los tiramos y sus residuos pueden acabar por ejemplo en una región de China, donde algunos lugareños los despedazarán para ganar algunos yuanes con ello. Por coherencia interna, sostenibilidad, la felicidad natural (con la que el dinero tiene poco o nada que ver), el equilibrio propio y con el entorno; empecé a plantearme qué nos aporta participar en estas iniciativas. A todos nos gustan los regalos, pero el amigo invisible es, para mí, una exposición del consumismo inútil, el comprar por comprar.
Adicionalmente, en ocasiones nos puede traer situaciones de conflicto interno, lo que algunos llaman equilibrio interior.
¿Qué pasa cuando te toca alguien a quien apenas conoces, o con quien no te llevas bien? ¿O simplemente si no tienes tiempo, en esos maratonianos días navideños, para comprarle una chorrada? ¿Y si esa chorrada no le gusta? ¿Y si, realmente, no necesitas nada, pero participas por presión social? La posibilidad de que un regalo del amigo invisible nos aporte algo bueno, son a mi parecer, ínfimas, en una época en la que (los que vivimos en países con una economía desarrollada) podemos decidir como, que, cuanto y cuando podemos consumir, o negarnos rotundamente a ello, bajo una libertad total y absoluta.
Hace años, viviendo fuera, participé en mi último amigo invisible. Nos juntamos un grupo de personas latinoamericanas (muchas de las cuales continúo alegremente en contacto) y un español, disfrutando de una temporada especial y única en Australia. Precisamente me tocó regalarle algo a una chica a la que no le caí bien por motivos que desconozco, pero bien me puso de manifiesto que yo no era de su agrado (bendito karma). Ojo, le regalé un libro estupendo, El Informe Pelícano, que había encontrado por la calle semanas atrás y devoré en varios días. Con aquella situación personal, no encontraba sentido a molestarme lo más mínimo en buscar un regalo apropiado y gastarme dinero en alguien que me aportó muy poca buena onda. El trámite, me incomodó bastante, y desconozco si a ella le entretuvo la novela. Fue un completo sinsentido.
Un año más tarde, celebré la fiesta de fin de año 2017/2018 en mi casa, y algunas de mis amistades presentaron sus regalos de amigo invisible, y los intercambiaron. Tres regalos se quedaron en mi casa, una sudadera, un marco de fotos y un póster, y algo que parecía cerámica, dentro de una caja dura. Únicamente Sergio, a quien le corresponde la sudadera, me lo comentó 6 meses después y se la entregué a las pocas semanas. Los otros regalos pasaron dos años sin abrir, en un armario de mi casa de aquella época. De nuevo, otro sinsentido. Eso sí, tras varios años me las arreglé para entregar los regalos a sus dueños/as. Menos el marco de fotos y el póster, se quedaron en mi casa y algo hice con el marco, aunque no lo recuerde. El póster, lo he recuperado (ahora, en 2022), así que si dentro de unos meses te regalo uno por tu cumpleaños, ya conoces su origen 😉.

Dicho esto, creo que reflexionar sobre cómo queremos celebrar las navidades, y que significado le damos a esa celebración, puede ser un ejercicio muy provechoso. En mi caso, pretendo abrazar a mis familiares y amistades, recordar a los que ya no están y disfrutar de los recién llegados, además de comer donde mejor se puede comer: en casa. Esos son los regalos de mayor valor, los que dan la auténtica felicidad.